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Sobre el Huayno ayacuchano

Carlos Falconí

Publicado: 2018-08-17

Como gran parte de las manifestaciones de las culturas andinas, el huayno ayacuchano es un bien transmitido de generación en generación. Sus compositores, intérpretes y el público van pasando la música a través del tiempo, con dos encargos implícitos y aparentemente contradictorios:  

• Cuidar su pureza, es decir hacer uso del huayno ayacuchano de acuerdo a determinadas características y modos tradicionales, sin las cuales esta expresión musical se vería desnaturalizada.

• Incorporar paulatinamente al huayno ayacuchano variaciones que lo van enriqueciendo. Históricamente, al igual que en otras manifestaciones culturales, a un sustrato prehispánico de gran diversidad (la zona cultural pokra-chanka, con sucesivos aportes de etnias migrantes y desplazadas: huaros de Huarochirí, quiguares, antyas y acos del Cusco, entre otras [1]) se han ido sumando aportes foráneos de gran importancia, siendo tal vez el más importante la introducción de los instrumentos de cuerda por parte de los conquistadores españoles.

Decimos que estos encargos implícitos son contradictorios sólo en apariencia, porque como bien señalaron Mariátegui y Arguedas, la tradición no es una cosa muerta, sino viviente, dinámica, en permanente transmutación. Hay cambios que desnaturalizan el huayno, por ejemplo, si por razones comerciales se aligera el compás para hacerlo bailable; pero hay cambios que revitalizan el huayno, como cuando se abandona la temática señorial para aludir a temas o aspectos populares.

Paradojas de la historia, de la cultura y del arte: Si los conquistadores pensaban imponer su música a través de sus instrumentos, y los señores la suya a través de sus temas, fue el pueblo creador el que se apropió de esas expresiones culturales y las hizo suyas, del mismo modo que la religión cristiana, en manos del pueblo quechua, se transformó en un culto renovado a los dioses antiguos, a la Madre Tierra, a los espíritus de las montañas y los ríos, a las fuerzas de la naturaleza.

Sobre esta base inicial, planteo algunas breves tesis sobre el huayno ayacuchano.

1. No existe un solo huayno ayacuchano

Es evidente que existen variaciones regionales; cuando hablamos de huayno ayacuchano en el norte, no es lo mismo que en el sur, ni tampoco es lo mismo el huayno en el campo que en la ciudad. Pero también existen variaciones más sutiles, dictadas por las circunstancias: a veces el huayno es un género musical sólo para escuchar, como en el caso del huayno señorial, que exige como requisito indispensable que las letras correspondan a una literatura de “buena estirpe”.

En los sectores populares, el huayno se ejecuta en otras circunstancias, como festejar actividades comunales, familiares, barriales, patronales, etc., en las cuales no tendría sentido la escucha individual: el canto, el baile, son imprescindibles, lo cual no quiere decir, en estos casos, que se esté desnaturalizando el huayno. Esta propensión al cambio es característica del huayno ayacuchano, aunque no sin fuertes resistencias; por ejemplo, el aligerar el ritmo era atentar contra un bien cultural exclusivo de los señores.

2. La difusión del huayno ayacuchano refleja la importancia de Ayacucho como centro de arte y cultura

Es conocida la situación privilegiada de Ayacucho durante el período colonial, cuando sus territorios correspondían al corregimiento (posteriormente, intendencia) de Huamanga. Durante los siglos XVI-XVII, el corregimiento, localizado en un punto estratégico de la ruta entre Lima, las minas de mercurio de Huancavelica y las minas de plata de Potosí, fue un gran centro productivo de bienes de consumo y suntuarios para los centros mineros, a través de telares, curtiembres, panaderías y otras manufacturas.

Los conquistadores entendieron pronto que la implantación de un nuevo orden requería de la dominación cultural, y que esta no se iba a dar espontáneamente. Fue en Huamanga que se originó el Taki Unquy; desde allí se propagó a Lima, Cusco, Arequipa, Chuquisaca, Oruro y La Paz, rechazando los dioses extranjeros, incitando a volver al culto de las huacas. Tal vez fue por ello que Huamanga se convirtió en una urbe muy importante, sede de un obispado y de la Universidad San Cristóbal.

Como Wari y Vilcashuamán en tiempos prehispánicos, Huamanga se convirtió en una gran ciudad; las fortunas creadas por la minería y el trabajo forzado patrocinaron la construcción de templos y conventos. No está de más señalar que Cristóbal de Castilla y Zamora, inquisidor, obispo y fundador de la Universidad, era tenido como hijo natural del rey español Felipe IV; aunque esto no fuera exacto, sí lo es que la cultura y el arte oficiales florecieron con el permiso y la protección del estado colonial.

Simultáneamente a la cultura oficial o señorial, se desarrollaba otra popular, reflejo de las vivencias del pueblo urbano y rural. Ambas se influenciaron mutuamente, y expandieron su influencia por las rutas comerciales de la época, a lomo de mula, desde Carmen Alto y otros pueblos aledaños, hacia Apurímac, Huancavelica y otras regiones, donde hasta hoy se puede sentir la influencia musical ayacuchana.

De la música señorial, el huayno ayacuchano tomó el cultivo de poesía de alta calidad en las letras de sus creaciones; de la música popular, la discusión de la problemática nacional. Ayacucho es un lugar en el que se ha hecho historia continuamente: desde las guerrillas cangallinas de resistencia al dominio colonial, pasando por la decisiva batalla que dio su nombre actual a la región y a la ciudad, la resistencia huantina a la invasión chilena, el Centro Cultural “Ayacucho” y la revista “Huamanga”, las grandes migraciones a la Costa, la reapertura de la Universidad, los 20 años de conflicto armado interno y la posguerra… Prácticamente no hay etapa de la historia peruana en la que Ayacucho y su pueblo no hayan tenido participación directa y decisiva.

Todos estos hechos históricos fueron moldeando y engrandeciendo el huayno ayacuchano, desde las canciones de amor tradicionales hasta las composiciones más recientes, que reclaman por los derechos de la población vejada durante la violencia política. Podemos decir, sin falsa modestia, que si Ayacucho ha tenido tan rico desarrollo musical y cultural es porque, a diferencia de otros pueblos del Perú, en su suelo se han discutido y resuelto problemas de trascendencia nacional, y porque el centro de creación y difusión cultural que fue y es la ciudad de Ayacucho.

3. El huayno ayacuchano, junto con el idioma quechua, son elementos que han fijado una identidad cultural heterogénea, pero consistente

Hemos hablado anteriormente del Taki Unquy. Fue a raíz de este amplio movimiento de resistencia cultural que los españoles entendieron la importancia de conquistar también los espíritus para asegurar su dominación. Y esa conquista de los espíritus debía llevarse a cabo en el idioma nativo, en este caso el runa simi o quechua.

Los predicadores franciscanos trabajaron las primeras composiciones musicales fusionadas, tomando elementos musicales nativos para la prédica y, posteriormente, para la liturgia. Uno de sus mayores logros es “Apu Yaya Jesucristo”, compuesta por el criollo fray Jerónimo de Oré, hijo de un poderoso minero radicado en Huamanga; hasta hoy se sigue cantando en las iglesias de Ayacucho, especialmente en Semana Santa, así como en numerosos velorios y entierros:

Imaraqmi kuyakuyllaykit

Taytallay, churillayquipaq

Auqa sunqu runaraykum

Cruz qawanman churakunki… [2]

La literatura y los cronistas españoles dan cuenta de un género prehispánico llamado “wayñu” que viene a ser el antecedente más antiguo que se tiene del huayno. Es probable que, paralelamente, en otros territorios como el Cusco, Cajamarca o Lima se haya dado la fundación de este género musical, que hoy se practica en todo el territorio nacional, con naturales variantes en cuanto a temática y ritmo.

• El huayno ayacuchano citadino es cadencioso, con letras de poesía culta, que se vale de guitarras para llevar sus mensajes. El huayno ayacuchano campesino es vivaz, de letras con metáforas sencillas, y temática de profunda crítica social.

• El huayno del sur de Ayacucho tiene influencia de Arequipa, Cusco y Apurímac en música y letra, prefiere el acompañamiento de instrumentos de viento, acordeón, violines y arpa. El huayno huamanguino tiene una vertiente señorial, otra popular y contestataria, y otra popular y jocosa, con preferencia de guitarras para el acompañamiento.

4. El huayno ayacuchano tuvo un importante rol de denuncia social antes y durante el conflicto armado interno

Está documentado que ya a fines del siglo XIX se cantaban huaynos tímidamente reivindicativos durante el alzamiento de la sal en Huanta (1896-1897). En ellos se denunciaba al Regimiento N° 9, el destacamento militar que envió el gobierno para sofocar la rebelión campesina, y a los hacendados de San Miguel.

Esta vertiente de denuncia se hizo más notoria en el siglo XX, con los movimientos políticos posteriores. A fines de la década de 1960, el alzamiento del MIR, la lucha por la gratuidad de la enseñanza, la influencia mundial de la canción de protesta y, a un nivel más próximo, de la nueva canción latinoamericana, aportaron, si no nuevos temas, nuevos recursos musicales y literarios al huayno ayacuchano.

Muchos se preguntan si hubo una influencia directa de la nueva canción latinoamericana o de las canciones de protesta en el huayno ayacuchano, ya fuera en la música o las letras. Pienso que esta sería una afirmación temeraria y una presunción de mi parte. Diría que lo que nos hermanó fue un estado de ánimo y la esperanza de cambiar el mundo, tan común entonces.

Pero sí quiero acotar que, cuando la Academia Sueca distinguió a Bob Dylan con el Premio Nobel de Literatura, “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción”, siento que de alguna manera nos reivindicó a todos los que compusimos e interpretamos música en aquellos años, y que hasta entonces habíamos sido tratados como artistas menores.

Del siglo XX es “Vapor brillante” canción de Juan Crisóstomo Pillpe, que alude a los braceros que viajan de Huamanga y de otros pueblos del interior a la costa peruana para realizar faenas en las islas guaneras, en los puertos, en las plantaciones de algodón.

Maldito vapor brillante

maytataq yanayta apanki.

Manachu kutirichimuaq

ñawichallampas qawaykunaypaq.

Manachu kutirichimuaq

simichallampas muchaykunaypaq...

Otro ejemplo es “Wakcha vida”, huayno (hay un pumpín fajardino del mismo nombre, escrito durante la violencia política) que denuncia la explotación laboral en las ciudades y hace una invocación en la solución del conflicto con la unión solidaria de todos.

Ñawsa masillay

Muchuq sunqullay

Yarqay masillay

Waqaq masillay

Qapipakuspa

Aysanakusun

Kikinchikmanta

Wiñarikusun...

Otras canciones dan cuenta del machismo imperante en las familias ayacuchanas.

Todos coincidiremos en que el final de la década de los 60 fue un parteaguas histórico para Ayacucho, y no sólo en la cultura. Un gobierno militar que se autodenominaba revolucionario reprimió ferozmente a los estudiantes de Huanta. El mismo gobierno que recuperó el petróleo, el mismo que lanzó la Reforma Agraria, nos masacró. El crimen, inentendible e inexcusable, quedó impune, pero para mayor vergüenza de sus perpetradores, el maestro Ricardo Dolorier inmortalizó el acontecimiento en “Flor de Retama”. Una nueva tradición quedaba establecida: el huayno ayacuchano de denuncia alcanzó estatus de ciudadanía. Proféticamente, y del mismo modo que en el otro huayno representativo de estos años (“El Hombre”, de Ranulfo Fuentes) no se habla de verdad ni de justicia; tal vez era el presentimiento de que días peores estaban por llegar.

Munaymanqa wayra kaytam

Llaqtan llaqtan purimuyta,

Usuchiqninchik quqarispay

Qaqakunaman chamqaykuyta

Yarqachiqninchik qapiruspay

Qatun qaqaman chamqaruyta…

En el año 1980 se iniciaron 20 años de conflicto armado interno. Sendero Luminoso y sus simpatizantes intentaron componer canciones, pero ninguna de éstas se incorporó al acervo popular, tal vez porque la propaganda rara vez alcanza el nivel del arte. La importancia del huayno ayacuchano en estos años radica, a mi entender, en que supo dimensionar el conflicto a través de distintos frentes: la denuncia, mensajes de amor y de esperanza.

Huamanga plazapi bombacha toqyachkan

Huamanga callipi balalla parachkan

Carcel wasichapi inocente llakichkan

Huamangallay barrio yawarta waqachkan...

La ternura de las notas del huayno ayacuchano era el abrigo de los desvalidos, la oración que musitaban los seres que habían perdido a los suyos, la esperanza de que, aunque se hubiera perdido todo, no todo estaba perdido. Era una canción en la que se expresaban el dolor de los huérfanos y las viudas, los familiares de los desaparecidos, las mujeres violadas. A diferencia de la canción de propaganda senderista, la canción de denuncia si logró calar en el sentimiento popular: actualmente se cantan un centenar de canciones compuestas durante la violencia política, como esta, “Lamentos de una viuda” recopilada por Renzo Aroni en Huamanquiquia [3]:

Mamallay kanman, taytallay kanman, qusallay kanman,

Manaraqcha kaynata waqaspay purillaymanchu

Manaraqcha kaynata llakispay tiyallaymanchu

kayna llaqtapi, machaykunapi, qatakunapi, sufrispay purillanaypaq…

***

Quiero terminar esta breve disertación con algunas palabras sentidas, y no tanto pensadas. Incontables veces he querido comunicarme con Uds., y sólo podía llegar a través del éter. Unas veces con un canto lastimero entre los labios, otras, desgarrado, maltrecho y sin embargo pensando en el mañana.

Yo no conozco ningún artista químicamente puro. Cuando la guitarra está en nuestros brazos se convierte en un arma, con la cual gritamos reivindicaciones que no se dan sino se reclaman. Es hermoso ver cómo la guitarra nos transporta a otros mundos; unas veces estamos cantando en lechos de amor reclamando una mirada una caricia, y ahora todos nosotros nos volcamos a diagnosticar nuestro paso por el presente.

¿Sabían ustedes que una canción puede ser remedio? Cuando un alma afligida se deshace en llanto, si una voz entona una canción de recuerdo, cesa de llorar y se abraza a la canción.

¿Sabían ustedes que la música puede convertirse en documento? En Ayacucho hace 80 años, por lo menos, los mestizos pueblerinos entonaban “Adiós pueblo de Ayacucho” o “Huérfano pajarillo” como sus himnos.

Nuestras comunidades campesinas celebran cantando sus distintas festividades sociales, religiosas o las labores ligadas a la tierra. Si nos detenemos, por ejemplo, en Colca, provincia de Fajardo, donde se practica el pumpín, fácilmente encontramos canciones que aluden a la guerra con Chile, a las masacres de Sendero Luminoso o problemas limítrofes; el quehacer cultural se convierte en un elemento primordial de la historiografía.

Demos una mirada a lo que pasaba en nuestra tierra en los aciagos años 80. Huérfanos, viudas, desaparecidos, población humilde que, sin saber por qué, moría con balas asesinas. Los habitantes de las cumbres altas no habían tenido la suerte de conocer qué era el Perú. ¿Cómo podían cantar ellos “Adiós pueblo de Ayacucho” en estas circunstancias?

Surge la imperiosa obligación de reconstruir lo que habían destrozado dos grupos de hombres enloquecidos, que al parecer habían apostado cuál de ellos mataba más. Unos buscaban sus muertos, otros huían dejando todo, llegando hasta los arenales que en un éxodo anterior habían poblado otros campesinos. Dadas las circunstancias, las canciones eran desgarradas, así como lo es un ayataki que entona una madre de altura que llora cantando junto a su hijo degollado.

En determinado momento en Ayacucho todas las familias que habíamos perdido un ser amado escribíamos una canción, cantábamos para recordar… Nuestro pueblo es así, cantamos para trabajar, cantamos cuando amamos, los amigos nos cantan cuando nos llevan a la otra morada [4].

He tratado de conectar la música con acontecimientos históricos que, conforme vaya pasando el tiempo permanecerán en el recuerdo, vendrán nuevos tiempos, nuevas ideas, nuevos hombres, y, como bien señala Carlos Huamán, la música, el huayno, reinventará lo que llamamos memoria [5]. Existirán tantas memorias que se formarán coincidiendo con los intereses de distintos grupos.

En Ayacucho, la canción se engrandeció, se convirtió en pan, en lienzo de ternura, en sollozo, en rabia, y finalmente alzó su voz de reclamo contra la iniquidad. Se hizo escuchar en los últimos confines del mundo, narrando acontecimientos que se van impregnando en el alma de quien escucha, de quien acude para prestar ayuda. Esta es la contribución de la música; así se hace la historia.

NOTAS

[1] Zapata et al. 2008: Historia y cultura de Ayacucho. UNICEF-IEP. Ver Capítulo 2: El período prehispánico.

[2] Op. cit., ver Capítulo III: La era colonial.

[3] Renzo Aroni (2009): Campesinado y violencia política en Víctor Fajardo (Ayacucho), 1980-1993. Tesis de Licenciatura, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

[4] Chalena Vásquez y Abilio Vergara (1990): Ranulfo, El Hombre. CEDAP.

[5] Carlos Huamán (2015): Urpischallay. Transformaciones poéticas, memoria y cultura popular andina en el wayno. UNAM – CIALC – UNMSM – Altazor.


Escrito por

Carlos Falconí

Canta-autor ayacuchano


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