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Histórica rencilla

Carlos Falconí

Publicado: 2018-12-06

La población se encontraba partida en dos; los patriotas y los que soñaban con una monarquía,  porque eran descendientes de españoles o simplemente por que aspiraban a seguir siendo súbditos, obedeciendo los impulsos de sus azules corazones. 

Hacía mucho tiempo en que, por favores de apoyo logístico prestado a la Corona, un agricultor conocido como Navala Huachaca había sido nombrado por el virrey La Serna como general del ejército realista, al mando de hordas reclutadas en Iquicha, de donde era natural. Estrenó su alto rango arrasando Huanta y Huamanga, manipuladas por políticos que, por regla general, una vez elegidos pensaban con el bolsillo imponiendo cupos para la siguiente campaña electoral, habiéndose convertido en un triste espectáculo que los electores rechazaban. 

Se dice que el Presidente de la República gustaba de mucho compartir en Huanta opíparas reuniones políticas, en la amplia casa de un protegido, las que eran financiadas por empleados públicos que a razón de cien soles oro, sudaban la camiseta para garantizar su permanencia en determinado sector estatal. La imaginación popular se desborda cuando sostiene situaciones como ésta, teje fantasías dignas de la pluma del grandioso Gabo.

Un grupo de maestros tenía la costumbre de reunirse los fines de semana para distraerse. En cierta ocasión el Inspector de Educación de la provincia, Abraham Aramburu Añaños, consultando con sus amigos sobre qué hacer para arreglar la notoria enemistad entre descendientes de dos honorables familias huantinas, cuyos herederos ni se miraban y evitaban encontrarse en las estrechas calles de la ciudad.

Aún cuando los protagonistas de la triste historia original hacía tiempo que estaban en el reino celestial a la diestra de nuestro Señor, acordaron separarse en dos grupos: un miembro de la familia Urbina y otro de la familia Lazón deberían encabezar como agasajados, a los gallardos deshacedores de entuertos compartiendo una cordial reunión de bordones y vino. A determinada hora de la noche debían coincidir en una determinada casa para servirse un caldo de gallina. 

Se cumplió religiosamente el acuerdo; a las 2 de la mañana caminaban con sus agasajados en brazos en busca del feliz desenlace. Ninguno de los invitados conocía el motivo de la generosidad de sus amigos; el amplio zaguán quedó abierto de para en par, ingresando los dos grupos a una enorme sala, después de recorrer un jardín inundado por fragancias de madreselvas y jazmines.

En uno de los dormitorios acomodaron a los agasajados en una cama matrimonial, quienes, emocionados por tanta amabilidad, dormían en brazos de Morfeo. Los amigos siguieron bebiendo y cantando canciones acompañados del piano y guitarras fabricadas por el maestro Zamora, esperando que reaccionaran.  Cuando uno de los invitados despertó, abrazó a la persona que estaba a su lado, pensando que estaba en su casa. El otro despertó sobresaltado por las caricias de una mano de labrador, y dijo: 

- ¡Soy hombre, carajo! ¿Cómo apellidas tú?

- Yo soy Urbina.

- ¡Nos jodieron! Yo soy Lazón.

La fiesta se prolongó por dos días más...


Escrito por

Carlos Falconí

Canta-autor ayacuchano


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