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La Reina Ukucha

Carlos Falconí

Publicado: 2018-12-07

La ciudad de Huamanga a finales de la década del 50 era muy apacible; los transeúntes recorrían sus calles cediendo la vereda a las damas y a los caballeros mayores, intercambiaban los saludos de rigor que la sociedad imponía, todos se conocían, se gozaba de tranquilidad, respeto y paz. Al mediodía y a las 6 de la tarde, al repique de las campanas de la ciudad, las mujeres se hincaban de rodillas para rezar el Angelus; se veían en la calle, en las plazuelas, en el mercado o en las pulperías fervorosos actos de contrición. 

En el tradicional barrio de Munaypata, en una humilde pulpería, Octavia Flores, la Reina Ukucha, expendía una especie de licor que aprestaba a los habitúes a visitar cuanto antes la eternidad. Cuatro palomillas, mientras se envenenaban, cantaban para la reina:

Mayu patan urpi imatam ruranki
Aquta pallaspam viday yanayta suyani… 

Era una mujer menudita, grotescamente maquillada; sus delgados labios untados con un lápiz labial de color grosella, con trazos desordenados que tenían la intención de hacerlos mas visibles, más gruesos. Sus cabellos que pintaban de plata habían sido reiteradas veces teñidos, ofreciendo una gama indefinida de colores, con mechones grises, marrones, negros. Su rostro maltratado, ajado por el tiempo y la soledad, se había encargado durante su triste existencia de poblarle de arrugas.

Su ajada vestimenta, alguna vez fue digna de algún salón aristocrático: los vetustos calzados amarillos remataban en puntiagudo estilo mirando al infinito, los tacones exageradamente altos como pretendiendo hacer visible su figura, el abrigo de piel de color negro y la cartera marrón que llevaba colgada del brazo estaba llena de recuerdos de sus innumerables pretendientes de todo el mundo, retratos, tarjetas y cartas redactadas con erudito estilo. Después de todo, era una mujer afortunada ya que idealmente era amorosamente requerida por innumerables galanes: por el general Champa Blanca, militar de algún ignoto reino; el general Perón, gobernante de una nación donde la gente se siente europea como si estuviera de paso por las pampas de Argentina; famosos artistas de cine, reyes y príncipes ansiosos suplicaban sus favores.

Recorría establecimientos comerciales y oficinas de la ciudad. Los cuatro borrachos que diariamente bebían en su humilde fonda, le habían contado en secreto que sus pretendientes enviaban fabulosas sumas de dinero a su nombre en prueba del amor que por ella sentían, títulos de propiedad de enormes mansiones situadas en paradisíacos países, aviones y trenes que sus enemigos huamanguinos se apropiaban.

Su habitual dulce mirada se transformaba cuando le negaban haber recibido en su nombre regalos maravillosos; la calmaban con un plato de comida, una bebida o un emparedado, pues la vida le había enseñado a fingir estados de cólera y alegría ante los demás. Mientras se servía los potajes le informaban que tal o cual persona le estaba robando su fortuna, el pequeño capital con que empezó su chingana, los palomillas que la visitaban lo habían convertido en orina.

Todos los días recorría la ciudad reclamando los envíos que nunca llegaban a su poder, armaba un escándalo mayúsculo ante cualquier persona, en cualquier lugar, se burlaban de ella, parecía que había descubierto la manera de llevar un bocado que mitigara su pobreza...

Comenzaban las actividades electorales, ilustres personajes pronunciaban sesudos discursos ante los electores. Alberto Arca Parró, el Cau Cau Mendívil, Alberto Protzel, Alfredo Parra Carreño y otros notables, recorrían las casas de sus compadres, ahijados y amigos, recorrían los pueblos vecinos montados en briosos corceles, la única manera en que la ciudad se agitaba, los comodines recorrían distintas tiendas políticas y se inscribían en todas como activistas, había que asegurarse, no importaba quien fuera ungido, había que conseguir un empleo.

Activistas del APRA recorrían los pueblos y decían: "Los apristas son un mal nacional, hay que deshacernos de ellos, para que mueran, en tu voto marca una cruz donde dice APRA, deben desaparecer esos desgraciados…". La gente humilde les creía; "mataban" al vetusto y sinuoso partido con su voto, en poblaciones como Chungui votaban los muertos, y se cerraban mesas electorales con 200 votos. Era una lástima que en que cada mesa electoral sólo hubiera tal cantidad de electores; generalotes interesados habían enviado personal para que controlara el orden y que todo fuera democrático como lo manda la ley.

Paralelamente, la oposición encabezada por el capitán Fuentes, aprovechando las festividades de Semana Santa con numerosa comitiva de ciudadanos de distintas clases sociales planteaba su candidatura. Habían recibido erogaciones de los pobladores para adquirir un toro, laceadores montados en pequeños caballos morochucos recorrían con algarabía las calles empedradas, repartiendo volantes, hasta llegar a la institución de bien social que había sido elegida, donde debían dejar al embravecido animal. 

Elegantemente vestido el candidato del pueblo se pavoneaba y ofrecía cambiar el rumbo de la historia si lo elegían Presidente de la República. El discurso que pronunciaba, con elocuencia entrecortada por la emoción que la multitud le contagiaba, era contundente contra la corrupción, tomaba su sombrero tongo y lo agitaba por los aires con dramáticos y ensayados movimientos.

Unas horas antes al candidato de las mayorías una comisión de damas huamanguinas lo había vestido de pies a cabeza arrojando los harapos que llevaba adheridos al cuerpo, calzaba por fin finos zapatos de charol, camisa blanca de algodón de la India, negra corbata michi, frac de color oscuro y un pantalón de fantasía negro con delgadas rayas blancas de casimir inglés. La multitud aplaudía a su candidato de toda la vida, todos los años se repetía la escena y nunca al pueblo le sonreía la victoria.

La multitud bailaba al son de cuatro bandas de músicos apostados en el parque principal, coreaban el nombre del capitán Fuentes que se acercaba a los corrillos repartiendo abrazos y sonrisas, se sentía feliz, olvidaba por momentos que su casa del Jirón 2 de Mayo el inquilino, "Chipro" para sus amigos, estaba por apropiarse inflando los centavos entregados al legítimo dueño, inventando recibos de anticipos que idealmente entregaba "a cuenta".

Todo iba de maravillas, aplaudido, estrechado, admirado, hasta que un palazo le hacía volver a la realidad. Entre gritos Octavia Flores, la Reina Ukucha le reclamaba airadamente, cuándo ella, ni en pelea de perros le había dirigido una mirada, como podía una reina perder el tiempo con tan esmirriado sujeto, tuerto y cojo, que de tan raquítico no se sabía si estaba en esta vida o en la otra o se estaba secando.

- Yo tengo cartas del Zar de Rusia, del Emperador de Alemania, de tus patrones, que quieren casarse conmigo - decía, mientras el descarnado rostro del capitán se poblaba de nerviosas arrugas. La gente alrededor gozaba con esta lamentable escena que protagonizaban dos ingenuos seres que eran tratados con sadismo, a los que unos cuantos haraganes habían fabricado a lo largo de años y borracheras un mundo maravilloso, llenando de ilusiones sus cansadas y ausentes cabecitas...


Escrito por

Carlos Falconí

Canta-autor ayacuchano


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